La praxis clínica: allí donde el modelo orienta y el acto irrumpe

Cuando habitar lo clínico no se reduce al saber ni se abandona solo al gesto

Gastón Burgos

2/1/20253 min read

No hay praxis clínica sin un modelo que la delimite, así como tampoco la hay sin el acto que la interpele. Ambos factores implican peculiares formas de operar en el dispositivo clínico, puesto que el primero estructura, mientras que el segundo irrumpe. Es entonces en ese transcurrir espectral del encuentro clínico donde se despliegan en conjunto estas dos dimensiones, cuya misión parece no ser otra que la de sostener una tensión fundamental. Es que ello, de alguna forma, dictamina el modo en que el psicólogo se posiciona frente a lo que aún no está dicho (y quizás nunca lo esté), a lo que no le cierra y a lo que su saber no puede resolver.

No deberíamos de confundirnos, el modelo clínico es sumamente necesario, pero no como garantía, sino como forma de orientación. Por ello, llamar “modelo” al dispositivo clínico implica reconocerle su potencia productiva, ya que no solo delimita un campo, sino que organiza relaciones internas, anticipa formas de intervención y estructura modos de lectura del sufrimiento, del síntoma y del sujeto. Nos ofrece una lógica y una lectura posible, permitiendo al psicólogo escuchar más allá de lo inmediato, que no disuelva en la escena, en otras palabras, que aloje el sufrimiento sin fundirse con él. Su valor no reside en su certeza, sino en su capacidad de sostener una práctica pensante, activa, honesta y fértil. Sin un modelo, todo quedaría librado a la ocurrencia, al gusto personal o a la identificación subjetiva no trabajada.

Ahora bien, el modelo por sí solo no basta, y eso es debido a que lo clínico no puede reducirse únicamente a lo que es viable representar hermenéuticamente. Es que siempre hay un resto, un exceso, un punto donde el saber ya no organiza y allí no se trata solo de aplicar ni de interpretar según un manual, allí aparece la irrupción del acto.

El acto clínico no es lo contrario del modelo, es decir, no lo niega, no lo denuncia ni lo reemplaza. El acto no es una técnica en sí, ni un procedimiento, ni una postura escénica, sino una decisión que se inscribe en un punto singular de la escena terapéutica. Es cuando el psicólogo no actúa únicamente desde lo que sabe, sino desde una posición que implica todo su estar presente. Desde esta óptica, es posible colegir que un acto clínico no se deduce, sino que se sostiene.

El acto clínico conlleva una marca, produciendo un antes y un después en su transcurrir, incluso cuando siquiera se diga en voz alta. Ese acto puede ser un silencio, una pregunta, una espera, pero, fundamentalmente, una presencia activa. En sí mismo no se define por su forma, sino por lo que introduce en la escena, es, en efecto, la discontinuidad que reorganiza el campo. El acto no es simplemente intervenir (eso ya lo hace cualquier protocolo, consigna o interpretación esperable), es lo inesperado, lo que irrumpe, incluso dentro del marco que lo aloja.

Modelo y acto en la clínica no se oponen, por el contrario, se necesitan. El modelo crea las condiciones para que algo sea pensable, mientras que el acto introduce lo que no se deja pensar del todo, pero que sin embargo exige una respuesta. El modelo permite habitar la complejidad del discurso en el espacio clínico, mientras que el acto toca aquello que no entra en él, pero que lo empuja desde los bordes. En una buena praxis, debemos cuidar de no exigirle al modelo lo que solo el acto puede producir, ni delegar en el acto lo que el modelo debe sostener. Porque si el modelo estructura y el acto toca, si el modelo organiza y el acto desarma, entonces la clínica no es ni una cosa ni la otra, sino el movimiento siempre parcial y siempre incierto, entre esas dos dimensiones.

Ese movimiento no puede planificarse del todo, pero sí sostenerse con responsabilidad y compromiso. No se trata de elegir entre uno u otro, sino de habitar la práctica como ese campo bidimensional donde el pensamiento y la presencia clínica se implican mutuamente. La tarea, entonces, no es resolver la tensión entre modelo y acto, sino aprender a navegar en ella. Porque solo allí, donde ninguna de las dos dimensiones basta por sí sola, es donde algo inédito puede realmente suceder.