Matemáticamente posible, estadísticamente improbable

Una breve reflexión sobre la aritmética de nuestros intentos

Gastón Burgos

12/12/20242 min read

Hay cosas que pueden suceder que, sin embargo, nunca ocurren y ello no se debe a que exista algún impedimento formal, sino que el mundo no se rige por lo meramente posible. Es que la posibilidad es un marco demasiado amplio, demasiado vago y, en cierta forma, una zona de lo no negado. Que algo no esté prohibido por la lógica formal o por las leyes físicas, no implica que tenga lugar, porque fácilmente podemos comprobar que la mayoría de las cosas que son posibles en efecto nunca suceden.

Rara vez nos detenemos a pensar la diferencia entre lo posible y lo probable. Pienso que, tal vez, ello se deba a es más cómodo suponer que basta con que algo sea factible para que, tarde o temprano, devenga real, como si lo que aún no ha sido solo precisara de la buena voluntad del tiempo. Pero basta con hojear un poco la historia para corroborar que ella está llena de imposibles realizados y de posibles que nunca llegaron a ser, porque no hay correspondencia directa, sino que hay desvío, hay pérdida y hay desuso.

A veces creemos que basta con desear o con querer (¿o manifestar?) con suficiente intensidad para que algo devenga real, pero la intensidad por sí sola no es suficiente. No alcanza con que algo sea matemáticamente viable, si su probabilidad se diluye en el patrón que lo sostiene. Y no me refiero aquí a la rigurosa estadística formal, sino a la propia, a la interna, a esa secuencia más o menos legible de intentos, fracasos, entusiasmos que se disuelven y hábitos que vuelven a ocupar su lugar.

Aprender algo nuevo, modificar una forma de estar, alterar una rutina, ¡todo eso es posible!, sí. Pero lo probable se juega en otra escena, (bastante menos ideal por cierto), donde lo que hay son hábitos sedimentados que no se desarman con la sola voluntad de desearlo. Hay en nosotros múltiples estructuras de repetición que no se rinden ante un estructurado calendario ni ante una férrea promesa (ni todas debieran hacerlo). Cambiar, en este sentido, no es tanto más que lograr abrir un intersticio donde lo improbable tenga lugar, porque claro, ese lugar no se da, sino que se construye.

Pensar en términos de probabilidad no es resignarse a lo dado, sino reconocer que el acontecimiento no se produce solo porque puede producirse. El paso de lo posible a lo real exige condiciones, exige historia y exige, fundamentalmente, una decisión sostenida. La diferencia aquí es sutil pero decisiva, lo posible es aquello que no contradice las leyes del mundo, lo probable, en cambio, es aquello que, dentro de ese mundo, tiene con qué acontecer. Confundirlos es un modo de esperar sin actuar, de frustrarse sin entender por qué y, a veces, de resignarse a un todo que arrastra, pero ¿y si lo imposible es, en verdad, una renuncia?